Fuente: https://wattsupwiththat.com/2024/10/27/emotionally-unstable-climate-scientists-dont-like-being-criticized-run-to-daddy-nature/
Traducción y corrección de la traducción: Skiper
El artículo de The Guardian titulado “También tenemos emociones”: Los científicos del clima responden a los ataques a la objetividad es un notable ejercicio de autocompasión, en el que los científicos del clima se desahogan sobre las críticas supuestamente injustas que enfrentan. Se trata de una reacción a la reacción recibida tras la publicación de una encuesta idiota por parte de The Guardian en mayo pasado.
Estos autoproclamados salvadores del clima insisten en que sus proyecciones deben aceptarse sin cuestionamientos y, cuando no es así, se quejan de lo duro e injusto que ha sido el mundo con ellos. No se trata de un ataque a la ciencia, sino de egos frágiles que protestan cuando el resto de nosotros nos negamos a aceptar su narrativa apocalíptica.
Los investigadores dijeron que habían sido objeto de burlas por parte de algunos científicos después de participar en una gran encuesta de expertos del Guardian en mayo, durante la cual ellos y muchos otros expresaron sus sentimientos de miedo extremo sobre los futuros aumentos de temperatura y el fracaso del mundo a la hora de tomar medidas suficientes. Dijeron que les habían dicho que no estaban cualificados para participar en este amplio debate sobre la crisis climática, que estaban difundiendo un mensaje catastrófico y que no eran imparciales.
Sin embargo, los investigadores afirmaron que aceptar sus emociones era necesario para hacer buena ciencia y era un estímulo para trabajar en mejores formas de abordar la crisis climática y el daño cada vez mayor que se está haciendo al mundo. También dijeron que quienes desestimaban sus temores como agoreros y alarmistas hablaban con frecuencia desde una posición privilegiada en los países occidentales, con poca experiencia directa de los efectos de la crisis climática.
La verdadera “crisis”: los sentimientos heridos
El artículo de The Guardian está lleno de quejas de los científicos del clima por las críticas que reciben, una situación que aparentemente les causa gran angustia. Se quejan del escepticismo público como si fuera una especie de ataque a su bienestar personal. En una sección particularmente melodramática, un científico se queja de que lo llamen “mentiroso” en las redes sociales.
Bueno, bienvenidos al mundo del debate público, donde la gente escudriña, cuestiona y sí, a veces rechaza con rudeza las afirmaciones que parecen dudosas. Pero The Guardian parece decidido a presentar a estos profesionales no como investigadores robustos capaces de manejar las críticas, sino como flores delicadas que se marchitan bajo el duro resplandor de la duda pública.
En lugar de abordar críticas sustanciales (como los modelos climáticos fallidos, las predicciones inconsistentes o el hecho de que las políticas climáticas a menudo hacen más daño que bien), estos científicos recurren a apelaciones emocionales. Argumentan que las duras palabras del público son una amenaza tan grande como el propio cambio climático. Incluso sugieren que la “ansiedad climática” se ve exacerbada por el “abuso en línea” de los escépticos. Entonces, aclaremos esto: los modelos pueden manejar los cálculos complejos de las tendencias del calentamiento global, pero los científicos no pueden manejar los tuits malintencionados.
La “toxicidad” del escepticismo
Un tema que domina el artículo de The Guardian es la caracterización que hacen los científicos del escrutinio público como “tóxico”. Es una estrategia retórica inteligente, diseñada para hacer que las críticas parezcan no sólo equivocadas sino moralmente incorrectas. Al enmarcar a los disidentes como agresores que “dañan” a los científicos, el artículo intenta dar vuelta la situación: de repente, ya no se trata de si los modelos climáticos resisten el escrutinio, sino de si los críticos están hiriendo los sentimientos de los científicos.
En todo caso, esta retórica expone la poca confianza de los científicos en sus propias predicciones. Las personas que confían en sus datos no se derrumban cuando se les cuestiona. Se involucran, aclaran y persuaden. Pero aquí, en lugar de presentar evidencias contundentes para silenciar a sus críticos, los científicos del clima quieren compasión. Es un enfoque profundamente poco serio para un campo que supuestamente determina el destino de nuestro planeta.
La crítica de Ben Pile en el Daily Skeptic dio en el clavo cuando observó que la tendencia actual entre los científicos del clima es tildar a los escépticos no sólo de equivocados, sino de peligrosos. Al desviar la atención hacia la supuesta “toxicidad” de la crítica, los científicos evaden los problemas reales, como por qué sus modelos a menudo se alejan de la realidad o por qué las predicciones de catástrofes inminentes se siguen retrasando como un mal horario de trenes.
Creo que esa es la implicación de la serie de artículos de Carrington en The Guardian y de su encuesta. Muestra que, no obstante, a las personas sin conocimientos científicos de los que hablar se las presenta rutinariamente como "científicos" y expertos. Muestra que incluso quienes tienen conocimientos científicos se apartan feliz y radicalmente tanto de la posición de consenso como de los datos objetivos sobre los fenómenos meteorológicos y sus impactos sociales.
Y muestra que no tienen reparos en utilizar su propia angustia emocional como palanca para coaccionar a los demás. Carrington cree que mostrarnos los problemas emocionales de los científicos nos convencerá de compartir su ansiedad. Pero lo único que demuestra es que sería profundamente estúpido someterse a la autoridad de la ciencia climática. Es un caos inestable. La ciencia debe ser fría, tranquila, racional, distante y desinteresada, o no es más que una tontería.
El victimismo como escudo
Todo un berrinche (véase asesinato de cuervos, manada de ballenas) de llorones climáticos se escabulleron a su refugio ideológico, Nature Climate Change, para pedir ayuda. Verán, cuando el escepticismo público se volvió demasiado para sus frágiles nervios, este berrinche se dirigió directamente a “papá”, con la esperanza de una palmadita en la espalda y una botella caliente de validación.
¿Y qué mejor lugar que Nature, una publicación que se desvivirá por apuntalar sus narrativas emocionales?. Estos científicos claramente necesitaban un espacio seguro donde sus sentimientos pudieran ser acariciados, en lugar de cuestionados. Olvídense de la defensa rigurosa de sus modelos y teorías: no, no, esta vez se trataba de defender sus delicadas psiques de los grandes y malos escépticos de Twitter.
El artículo de Nature no es sólo una petición de compasión pública, sino una rabieta total disfrazada de comentario académico. Los autores no están interesados en la ciencia dura ni en el debate: quieren terapia. Con cara seria, argumentan que la crítica pública es similar al abuso, reduciendo el discurso científico a una cuestión de resiliencia emocional. Así que, en lugar de refinar sus modelos, esta rabieta de quejumbrosos quiere que el resto de nosotros aceptemos que los sentimientos heridos son una base legítima para la política climática.
El artículo de Nature redobla la apuesta por esta narrativa victimista, describiendo a los científicos como agobiados no sólo por la amenaza existencial del cambio climático, sino también por la hostilidad del público. Los autores se empeñan en equiparar la investigación climática con los reportajes de guerra en primera línea, como si publicar proyecciones nefastas sobre X fuera lo mismo que esquivar balas. Se trata de un intento transparente de invocar simpatía y eludir las críticas. Si los científicos pueden presentarse como víctimas de un público cruel, entonces sus argumentos se vuelven intocables.
El artículo del Guardian amplifica aún más este tema, retratando a los científicos como mártires incomprendidos que soportan el peso emocional de prever un futuro sombrío. Es como si ser escéptico ante proyecciones poco fundamentadas le convirtiera a uno en un torturador de nobles buscadores de la verdad. La narrativa es clara: “No nos cuestionen, o serán parte del problema”. Pero cuando el discurso científico se convierte en una postura moral, pierde su credibilidad y comienza a parecerse a una campaña política, impulsada por la manipulación emocional en lugar de la evidencia.
Lágrimas en las redes sociales
Por supuesto, ningún artículo sobre el sufrimiento de los científicos estaría completo sin una buena dosis de victimismo en las redes sociales. El artículo de The Guardian presenta quejas sobre el “abuso” en línea, ya que los científicos relatan experiencias desgarradoras de ser criticados en plataformas sociales como X. Según estos investigadores supuestamente duros, el mundo en línea es un lugar mezquino donde la gente dice cosas desagradables sobre sus predicciones.
Esto es casi cómico. Después de todo, las redes sociales son un campo de batalla de ideas, no un espacio seguro para expertos mimados. Si los científicos no pueden manejar las críticas en X, ¿Cómo pueden esperar soportar el escrutinio de la revisión por pares o el debate público?. Ben Pile señala acertadamente que las quejas de los científicos del clima sobre el “abuso” de las redes sociales a menudo sirven como excusa para acallar por completo el disenso. En lugar de abordar las críticas, estos científicos prefieren hacerse las víctimas, utilizando sus heridas emocionales como escudo contra las preguntas legítimas.
La “ciencia” como cruzada moral
El tono melodramático del artículo del Guardian se corresponde con su lenguaje moralista. Intenta convertir la ciencia en una cruzada, presentando a los científicos del clima como guerreros justos que luchan contra las fuerzas de la ignorancia y la negación. Este planteamiento no sólo es condescendiente, sino manipulador. Al presentar a los científicos del clima como cruzados virtuosos, el artículo da a entender que sus oponentes no sólo están equivocados, sino que son inmorales.
Los científicos incluso logran que sus emociones parezcan una insignia de honor, argumentando que su desesperación por el cambio climático legitima de algún modo su trabajo. Pero en realidad, los arrebatos emocionales y la grandilocuencia moral son signos de debilidad, no de fortaleza. Se supone que los científicos deben ser objetivos y desapasionados, rasgos que hacen que sus conclusiones sean fiables y no estén sujetas a sesgos personales o manipulación emocional.
La ironía es palpable: los mismos científicos que afirman guiarse por la evidencia recurren a apelaciones emocionales cuando la evidencia no convence. Es una estrategia diseñada para sofocar el debate en lugar de fomentarlo. Al convertir la crítica en una forma de agresión, estos científicos están diciendo en realidad: “Si no estás de acuerdo con nosotros, contribuirás a nuestro sufrimiento emocional”. Esto no es ciencia, es chantaje emocional.
El escrutinio público es algo bueno
Contrariamente a las quejas de The Guardian, el escrutinio público no es un ataque a la ciencia, sino una parte vital de ella. El método científico prospera gracias al escepticismo, la crítica y la revisión. Cuando los modelos climáticos no logran predecir la realidad con precisión, la respuesta adecuada no es mimar los sentimientos de los científicos, sino exigir modelos mejores. Si los científicos que aparecen en The Guardian no pueden manejar eso, están en el campo equivocado.
Esta reacción susceptible a las críticas es particularmente preocupante si se tienen en cuenta los cambios radicales de políticas que se basan en proyecciones climáticas. La prisa por alcanzar el cero neto, por ejemplo, tiene profundas implicancias para los costos de la energía, el empleo y la desigualdad global. El escepticismo público no sólo está justificado, sino que es esencial. Si los científicos del clima esperan que se los tome en serio, deberían aceptar las preguntas difíciles, no rehuirlas.
Conclusión: animarse o retirarse
El artículo de The Guardian ofrece una ventana al estado actual de la ciencia climática, un campo cada vez más dominado por la manipulación emocional en lugar del rigor empírico. Las quejas de los científicos por las críticas revelan más sobre sus propias inseguridades que sobre la validez de sus afirmaciones. Si estos investigadores quieren ser vistos como creíbles, necesitan endurecerse. La ciencia real no se esconde detrás de las emociones; enfrenta el escrutinio de frente y acepta los desafíos como un medio para mejorar sus hallazgos.
Así pues, a los científicos del clima que se quejan de los “abusos” en X: endurezcan su actitud. Si no pueden defender sus modelos y predicciones frente a las críticas públicas, tal vez no tengan tanta confianza en sus conclusiones como dicen tener. Y a The Guardian, que parece decidido a proteger a estos delicados “guerreros” de las críticas: dejen de intentar convertir el escepticismo en un pecado. El futuro del planeta merece algo mejor que un grupo de científicos quejumbrosos que buscan compasión en lugar de soluciones.
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